Se suele relacionar la pobreza energética con la incapacidad de los hogares de encender la calefacción en invierno para mantener la vivienda a una temperatura saludable, pero la pobreza energética no es solo eso, también es no poder encender un ventilador en verano, ya no el aire acondicionado, por miedo a no poder afrontar luego la factura resultante. Pobreza energética es tener la vivienda a una temperatura insoportable en julio y agosto, especialmente cuando vienen las dichosas olas de calor, porque la vivienda no reúne las condiciones necesarias y resulta imposible costear una reforma para impedir que se cuele el calor de la calle. En esas situaciones resulta imposible hasta poder pagar un toldo como primera medida que evite que el sol abrase la fachada de la vivienda y la ponga al rojo vivo. En definitiva, pobreza energética es que un hogar esté en invierno por debajo de los 18 grados y en verano por encima de los 26, así que quienes sufren estas situaciones bien saben que la pobreza energética no entiende de estaciones y que se queda con ellos por vacaciones.
Los modelos actualmente disponibles para evaluar las consecuencias del cambio climático predicen un incremento significativo en la intensidad de los episodios extremos, entre ellos las olas de calor, que van a ser cada vez más recurrentes y más letales en todo el planeta. Según un estudio internacional publicado recientemente, julio de 2018, en la revista Plos Medicine (1), en el peor escenario futuro posible, la mortalidad en España por las olas de calor podría aumentar un 292% entre 2031 y 2080 en comparación con las cifras registradas entre 1971 y 2010. Una proyección que juega con factores como las emisiones de gases de efecto invernadero (vinculadas al cambio climático), el aumento de la población y las medidas paliativas que gobiernos e individuos adopten frente al calor. Aun así, no es España el país más afectado de los 20 que abarca el estudio: Estados Unidos y los países europeos son los que “mejor” librados salen de la predicción frente a los tropicales.
Y ante este escenario futuro, más de 5 millones de hogares en nuestro país no pueden hacer frente a estas inclemencia meteorológicas ya que sus condiciones les impiden tomar medias (poner la calefacción o el aire acondicionado) por no poder hacer frente a los gastos que se producen y se reflejan en sus facturas energéticas (luz, gas y agua) (ACA, 2016). No estamos hablando de una cuestión de confort en el hogar, sino de salud. En días con temperaturas altas, el número de defunciones aumenta. Esto no es debido a los golpes de calor, de los que, afortunadamente, se dan muy pocos casos, sino a que el calor puede empeorar los síntomas y desencadenar episodios fatales en personas que sufren determinadas enfermedades. Un estudio a escala de España (2) concluyó que el incremento de mortalidad durante los meses de verano es del 14,6%.
Las causas de mortalidad durante periodos de ola de calor son principalmente por problemas mentales y del sistema nervioso, pudiendo aumentar la mortalidad por esta causa un 30% (3). Las personas que se ven afectadas son, por un lado, pacientes con problemas psiquiátricos, pero también personas que toman medicamentos psicotrópicos (enfermos de Alzheimer o demencia), que provocan una reducción de la eficacia de los mecanismos termorreguladores lo que los hace más vulnerables a las altas temperaturas. Otras causas de mortalidad que se han asociado a altas temperaturas son las enfermedades cardiovasculares, enfermedades respiratorias, diabetes y enfermedades del riñón y sistema urinario.
Pero el calor no afecta a todas las personas por igual. Las personas mayores son las más vulnerables, sobre todo las que padecen enfermedades crónicas. Érica Martínez, investigadora predoctoral del ISGlobal (Instituto de Salud Global de Barcelona) indica (4), citando un estudio realizado en Cataluña, que “entre las personas de más de 60 años, el riesgo de mortalidad aumenta un 20% durante una ola de calor, y este riesgo aumenta hasta el 40% en las personas de entre 80 y 90 años”. Otro grupo especialmente vulnerable a las altas temperaturas son las personas trabajadoras. El riesgo de sufrir un accidente de trabajo en días extremadamente calurosos se incrementa notablemente. Como no puede ser de otra manera, las personas que realizan tareas en el exterior, como los agricultores o las que trabajan en la construcción, son más vulnerables a los efectos del calor.
Los bebés y las mujeres embarazadas son también dos colectivos de riesgo durante episodios de calor. A pesar de que se dan pocos casos, el riesgo de mortalidad infantil aumenta un 25% en días de calor extremo (5). En cuanto a las gestantes, se ha observado un avance medio del parto de hasta 5 días cuando se produce un episodio de calor extremo.
Pero si pensamos en personas sanas y fuertes, el simple hecho de tener que dormir durante las noches tropicales que nos traen las olas de calor, aquellas en que la temperatura en el exterior no baja de 22ºC y la vivienda esta recalentada de todo el día soportando el sol, resulta muy complicado y sin poder descansar todo funciona peor en nuestro cuerpo y en nuestra mente.
Para hacer frente a estas situaciones, la mayoría de las personas utilizan equipos de aire acondicionado, ventiladores y se refrescan constantemente con baños en el mar, la piscina o incluso en las fuentes de las ciudades y pueblos. Las personas más afortunados pueden incluso huir de los núcleos urbanos asfaltados y pasar unas semanas en la playa o montaña para hacer más llevaderos los meses más cálidos del año. Pero para los hogares vulnerables, que por supuesto no cuentan con estas posibilidades, hasta darse más duchas d(%e la cuenta para refrescarse puede resultar un problema cuando llegan las facturas a fin de mes.
La instalación de aires acondicionados o ventiladores en las viviendas no dejan de ser medidas paliativas ante estas olas de calor. Si elevamos la mirada, la problemática se sitúa en la baja calidad constructiva de las viviendas en nuestro país, que hacen que el aislamiento de las mismas, tanto ante el frio como ante el calor sea muy bajo y las convierte en muy ineficientes energéticamente.
El último censo de viviendas efectuado en España, en 2011, indicaba la existencia de más de 25 millones de viviendas. Cerca de un 60% del total de estas viviendas fueron construidas antes de 1980, hace casi cuarenta años (según el censo de 1981 el parque de viviendas era de 14.7 millones). Esta parte del parque reúne a los inmuebles que fueron edificados antes de la aparición del conjunto de normativas técnicas que regulan la calidad de la edificación en España y, más concretamente, reúne los edificios que fueron construidos antes de las primeras normas destinadas a regular la eficiencia energética de los edificios, que se incluyeron en la Normativa Básica de la Edificación de 1979 (NBE-79). Estas medidas estaban orientadas a dotarlos de aislamiento térmico, pero, como resulta evidente en la actualidad, se trataba de medidas del todo insuficientes. Además, los edificios con una antigüedad entre cuarenta y sesenta años tienen una especial relevancia dentro de ese parque.
En esos años, y en los posteriores, el precio de la energía no suponía un elemento de preocupación entre la población y no era común considerar un criterio de eficiencia a la hora de comprar o alquilar una vivienda. No fue hasta el año 2006, en que se aprobó el Código Técnico de la Edificación (CTE), mucho más exigente en este aspecto, cuando se empezó a construir con medidas más relevantes en términos de eficiencia energética: aislamiento de envolventes, exigencias de aislamiento en vidrios y carpinterías de ventanas, eliminación de puentes térmicos, etc. medidas que fueron incrementadas en el último CTE de 2013. Sin embargo, la eficacia de estas medidas es muy limitada en España, ya que la práctica totalidad del parque de viviendas actual fue construido con anterioridad al año 2007, año en el que se inició una importante recesión económica en el país lo que conllevó una paralización prácticamente total de la construcción de viviendas. Con anterioridad, la burbuja inmobiliaria, que se inició a mediados de la década de los 90 en España, supuso la construcción de miles de viviendas (incremento del parque inmobiliario entre 1991 y 2011 del 31.2%) sin considerar apenas criterios de eficiencia energética en la construcción de las mismas.
Son precisamente estas edificaciones las que colman los barrios que tradicionalmente tienen las rentas más bajas y, por tanto, son las que se corresponden con precios de venta y de alquiler más bajos, por lo que son los únicos inmuebles accesibles para poblaciones en situaciones vulnerables. La reformas y rehabilitación de estas viviendas es la solución óptima para mejorar su calidad, pero para los hogares vulnerables supone un imposible debido al elevado coste de las obras de acondicionamiento, lo que les condena a habitar en estancias gélidas en invierno e infernalmente calurosas en verano. Se trata de un círculo vicioso difícil de romper.
Sin embargo, no sólo basta con analizar las características constructivas de una vivienda. Otros criterios de diseño son fundamentales para obtener una vivienda confortable. En este aspecto, arquitectura y planificación urbana deben ir de la mano para reducir el efecto “isla de calor”, muy relacionado con las urbes.
Ciudades como Madrid, claro ejemplo de súper-urbe de clima continental, son auténticos acumuladores de calor durante el día, que hacen que la temperatura en la ciudad sea bastante más elevada que en los alrededores de la misma, llegando a sufrir diferencias de hasta 10 grados por las noches. Este efecto se conoce como isla de calor urbana y se produce por varios factores:
Para combatir este efecto, y desde el punto de vista arquitectónico, es importante una buena orientación de la vivienda combinada con elementos que arrojen sombra sobre fachadas y ventanas, lo que permite hacer frente a los más de 40ºC que azotan durante muchos días de los meses de julio y agosto nuestras ciudades. Igualmente, en el diseño de las viviendas, es importante considerar la necesidad de que se creen corrientes de aire en el interior, lo que permitirá ventilarlas. Pero estos son elementos a considerar en el diseño que posiblemente ya no puedan ser corregidos muchos años después. Sin embargo, la instalación de toldos a posteriori, medida relativamente sencilla, haría disminuir de forma considerable la temperatura media del interior de la vivienda en estos días tan calurosos. Si no fuese posible instalar toldos, al menos bajar las persianas aislará las ventanas, dejando desprotegidas las fachadas del azote del sol.
Otro ejemplo de buena praxis es incorporar elementos vegetales que ayuden a absorber el exceso de calor gracias a la fotosíntesis que realizan las plantas.
Pero como ya hemos dicho anteriormente, no todo queda en el diseño de las viviendas. El diseño urbano también puede contribuir, y mucho, a contrarrestar estos efectos del calor.
Por un lado, es importante incorporar zonas verdes que, gracias a sus elementos vegetales, al igual que en las viviendas, funcionan como sumideros de calor. Además el porte de ciertas plantas también aporta sombra. La falta de grandes zonas verdes y la canalización (muchas veces bajo la ciudad como si se tratase de la red de saneamiento) de los ríos o riachuelos que atraviesan la ciudad reduce las oportunidades de transformar la energía solar a través de los procesos de fotosíntesis o evaporación del agua. Diversos estudios (6) muestran la relación directa entre las altas temperaturas urbanas y la falta de vegetación.
Por otro lado, también sería interesante considerar la disminución de las zonas asfaltadas (inmensas superficies negras acumuladoras de calor) o sustituir los materiales de ese asfaltado por otros que absorbiesen menos las radiaciones solares.
Otro elemento que contribuye a la aparición de estas islas de calor son los gases contaminantes, que limitan la ventilación de las ciudades por la noche, generando un efecto de encapsulamiento del calor que solo se romperá con vientos superiores a los 20 km/h, poco comunes en las noches veraniegas.
Se trata, al fin y al cabo, de principios fundamentales en los que deben basarse los planes de remodelación urbanística y que deben primar ante criterios especulativos y de ladrillazo, cuyos efectos hoy, tristemente, sufrimos.
(1): http://journals.plos.org/plosmedicine/article?id=10.1371/journal.pmed.1002629
(2): https://ehjournal.biomedcentral.com/articles/10.1186/1476-069X-13-48
(3): https://pdfs.semanticscholar.org/d341/57366168c9546f96e72e70c47a9dac85823e.pdf
(4): https://www.isglobal.org/healthisglobal/-/custom-blog-portlet/-como-afectan-las-olas-de-calor-a-nuestra-salud-/5734329/0
(5): https://repositori.upf.edu/handle/10230/23356
(6): https://web.archive.org/web/20080109110534/http://eetd.lbl.gov/HeatIsland/
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